Traducir identidad: la traducción de “Islas Malvinas” en lugar de “Falklands” en la versión inglesa de El Eternauta

El Eternauta puso en agenda no solo temas sociales y políticos de enorme profundidad, sino también, de forma quizás no tan evidente pero igualmente poderosa, la importancia de la traducción como herramienta ideológica. 

Por Delfina Gallo

Especialista en certificación internacional

 

La reciente edición en inglés de El Eternauta, esta historieta icónica, revela una mirada consciente y militante sobre cómo se traducen no solo palabras, sino también identidades.

 

Uno de los gestos más significativos en esta nueva versión es la decisión de traducir “Islas Malvinas” tal cual, en lugar de optar por el término más común en el mundo angloparlante: “Falklands”. Esta no es una elección inocente ni meramente lingüística. Es, ante todo, un posicionamiento político, cultural e identitario. La traducción, en este caso, no busca neutralidad (porque no existe neutralidad posible cuando se traduce memoria), sino fidelidad a una visión del mundo.

 

Cuando una palabra toca un punto sensible, el traductor deja de ser un simple mediador entre lenguas. Se transforma en un mediador de sentidos, de historias, de heridas colectivas. La traducción de “Islas Malvinas” no es, entonces, una cuestión de equivalencias, sino de lealtades: ¿A qué historia respondemos? ¿Desde qué relato queremos que el mundo nos lea?

 

Me gusta pensar la traducción como una brújula ética. En especial cuando se trata de materiales cargados de sentido como El Eternauta, que desde sus inicios fue una obra de resistencia. Traducir “Falklands” como “Islas Malvinas” no es simplemente cambiar una palabra por otra. Es reafirmar una narrativa nacional. Es contar nuestra versión de los hechos. Es, en definitiva, un acto de soberanía.

 

La decisión de conservar este nombre no es la única que revela esta intención. Hay otra escena, aparentemente menor pero igualmente simbólica, que confirma esta lógica: el momento en que los personajes juegan al truco. El traductor decidió mantener la palabra original “truco, sin adaptarla ni explicarla, respetando su carga cultural y local. En vez de convertirlo en un genérico “card game” o intentar un equivalente como “poker” o “spades”, se deja intacta una práctica profundamente argentina. El truco no se explica: se representa, se afirma, se ofrece tal cual es, como parte intrínseca de una identidad.

 

Ese gesto, igual que con “Islas Malvinas”, es también una toma de posición. Porque traducir no es domesticar lo ajeno, sino permitir que lo propio hable en otros contextos. No se trata de borrar las marcas culturales para que el texto fluya “sin fricciones”, sino de conservar esas fricciones como parte del mensaje. Como parte de la historia que queremos que el mundo conozca.

 

En tiempos donde las fronteras lingüísticas parecen difusas pero las culturales siguen firmes, estas decisiones nos recuerdan que cada traducción es también una elección ideológica. Traducir, en estos casos, es ejercer memoria. Es reescribir la historia desde las palabras.

 

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