EE.UU y China extienden la tregua comercial: la pulseada por los aranceles sigue abierta

Tras dos días de reuniones en Estocolmo, los equipos de ambas potencias acordaron avanzar en la extensión de la tregua arancelaria que vence en agosto. 

Por Eric Nesich

Periodista especializado en Economía y Finanzas

Hace 13 horas

Funcionarios de Estados Unidos y China cerraron este martes en Estocolmo dos días de conversaciones intensas para intentar desactivar la tensión comercial que amenaza a la economía global. Si bien no hubo anuncios rimbombantes, el jefe negociador chino, Li Chenggang, confirmó que se trabaja en una extensión de 90 días de la tregua arancelaria alcanzada en mayo, aunque todavía no se definió cuándo ni por cuánto tiempo exacto se aplicará.

 

Las reuniones, que se desarrollaron en la sede del primer ministro sueco, tuvieron lugar en medio de un clima de incertidumbre. La fecha límite para alcanzar un acuerdo duradero es el 12 de agosto, y el fantasma de nuevos aranceles pende sobre la economía global. Si no se llega a un entendimiento, Estados Unidos podría volver a aplicar impuestos de tres dígitos a las importaciones chinas, algo que equivaldría casi a un embargo comercial.

 

China, por su parte, juega con una carta fuerte: su dominio en el mercado de tierras raras, insumos estratégicos para productos tecnológicos, militares y hasta autopartes. “Pekín es muy consciente de su posición negociadora y no tiene el apuro de Europa, que depende de EE.UU. para su seguridad”, explicó Cyrus de la Rubia, economista jefe del Hamburg Commercial Bank.

 

En paralelo, el Financial Times reveló que Estados Unidos habría levantado parcialmente restricciones a exportaciones tecnológicas hacia China para no trabar el diálogo. Donald Trump lo negó rotundamente, como también desmintió estar buscando activamente una reunión con Xi Jinping: “No estoy buscando nada. Podría ir a China solo si Xi me invita”, lanzó.

Las conversaciones entre las dos economías más grandes del mundo no solo definen su relación bilateral, sino que también ponen en jaque a las cadenas de suministro globales. En mayo y junio se habían frenado las medidas más duras, pero la tregua es frágil: cualquier traspié puede derivar en un recrudecimiento de la guerra comercial.

 

Estados Unidos presiona para que China reoriente su economía al consumo interno y reduzca su dependencia de las exportaciones, una vieja obsesión de Washington. Pekín, en cambio, acusa a EE.UU. de frenar su desarrollo con excusas de “seguridad nacional” mientras inunda de subsidios a sus propias industrias.

 

Lo que puede venir

 

Si las partes acuerdan la extensión de la tregua, habrá aire hasta fines de año. Ese plazo podría servir para que Trump y Xi se vean cara a cara en una cumbre antes de diciembre, aunque ninguno de los dos quiere mostrar debilidad política.

 

El problema es que la tensión ya impacta en los mercados: las empresas que dependen de componentes chinos o norteamericanos viven en un clima de incertidumbre y no pueden planificar inversiones. Si la negociación fracasa, el golpe sería global, desde la industria automotriz hasta los gigantes tecnológicos.

 

La sensación es que ambas potencias necesitan un acuerdo, pero ninguna quiere ceder demasiado. Si se extiende la tregua, será apenas un parche para ganar tiempo. Y la historia muestra que, cuando las potencias negocian al borde del abismo, un paso en falso puede tener consecuencias muy costosas.

 

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