Semejanzas que preocupan: A 32 años de la hiperinflación

Los pueblos que desconocen su historia se encuentran condenados a repetirla. En esta nota, se intenta humildemente establecer una paralelismo que nos permita analizar aquellos sucesos que llevaron al fracaso económico del gobierno del Dr. Raúl Alfonsín y cómo el gobierno actual tiene más similitudes de las que se cree con aquellos días.

Por Sebastián Mel

Asesor financiero en "Economía en Digerido"

 

A medida que avanza el mes de noviembre, empezamos a observar eventos en lo social y económico que deberían hacernos reflexionar sobre nuestro pasado, presente y futuro como país. Con las elecciones de medio término a la vuelta de la esquina, empiezan a resquebrajarse las grietas otrora ocultas dentro de la coalición de gobierno, mientras el arco opositor se frota las manos. Nada nuevo bajo el sol.

 

Sin embargo, me resulta interesante detenerme en un análisis que se está haciendo muy tangencialmente sobre la gestión económica actual y los posibles eventos desencadenantes de la segunda mitad de esta administración. El presidente Alberto Fernández inició su carrera política con la vuelta de la democracia en 1983 y ocupó cargos menores, aunque de gran relevancia para un recién llegado, en el ministerio de economía. La paradoja, y la tesis de estas líneas, es que el presidente tiene grandes posibilidades de terminar su mandato, participando de un desenlace similar al de Alfonsín, con quien comenzó su carrera política. Veamos por qué.

 

El artículo escrito para el diario Perfil por Rodrigo Estevez, cuenta en clave de opinión los hechos que desencadenaron la salida de Alfonsín del gobierno, agobiado por las reservas del BCRA totalmente agotadas, una hiperinflación imparable, deuda externa arrastrada desde el gobierno militar y con algo propio, deuda interna (depósitos indisponibles, hoy Leliq) soledad política, cortes de energía programados, valores de la soja en mínimos, saqueos, déficit, emisión monetaria, controles de precios de todo tipo, un mundo en los albores de la globalización dándole la espalda, y confiscación de depósitos de ahorristas ya en el gobierno de su sucesor, Carlos Menem, quien a través de Erman González pergeñó el plan Bonex para retirar de circulación la inmensa bola de plazos fijos a tasas estratosféricas que intentaban hacer carry trade, hasta que no se pudo más. Pero eso es para otra nota.

 

Si bien la historia argentina tiene la particularidad de asombrarnos en el corto plazo y ser absolutamente predecible en el largo, es de recordar la frase de Mark Twain que pregona que “la historia no se repite, pero rima”.  Recientemente, en una de mis rondas informativas por los medios especializados, encontré esta nota publicada en Ámbito Financiero, escrita por Federico Vacalebre que me puso sobre alerta acerca del desenlace económico para 2022.

 

Hasta ahora, las similitudes entre ambos artículos y ambos gobiernos son demasiado incómodas como para ignorar. No soy adepto a los pronósticos apocalípticos, pero tampoco me dejo cegar por el optimismo. Como diría el general Perón, “la única verdad es la realidad”, y la realidad es esta:

 

El gobierno actual carece de reservas netas para afrontar, siquiera, los consumos de tarjeta de crédito en el exterior de la temporada de vacaciones que comienza el mes que viene. Hay un acuerdo con el FMI que no sería tan sencillo de lograr como se creía en un principio. La deuda externa es monstruosa, incluso a 1 año de haberse renegociado, y el riesgo país es mayor post reestructuración que pre. La deuda interna nos tiene en una encerrona dantesca que llamamos Lebac y ahora Leliq, y condicionan las tasas de interés de plazo fijos y generan rolleo de deuda en pesos que, al pisar el dólar oficial, incrementan la deuda en dólares en lugar de licuarla, es decir que nuestra propia moneda nos juega una mala pasada. Las tarifas están pisadas a niveles irrisorios y deben  ajustarse o  programar  cortes.  La  única estrategia para bajar la inflación se da vía control de precios (cada vez a más corto plazo y cada vez con menor aceptación por parte de las empresas) y del acceso al mercado libre de cambios. La mayoría de las actividades económicas están intervenidas de una manera u otra por el Estado, en forma de subsidios, incentivos o regulaciones que distorsionan el valor real de las cosas. La emisión monetaria no da tregua y las tensiones en las calles están en ascenso de manera estrepitosa, de manera sorprendente ante un gobierno de origen peronista. 

 

Los contratos de futuros de soja son poco optimistas para 2022 en cuanto a precios, y hay sequía. No habrá derechos especiales de giro (DEG) por parte del FMI y el impuesto a las grandes fortunas no está en el presupuesto.

 

El gobierno de Alfonsín comenzó su gestión con la ilusión de una nueva época que traería luz a la oscuridad de la dictadura, la corrupción, el endeudamiento vil, el neoliberalismo, la patria financiera, las grietas ideológicas, el déficit fiscal y la inflación, porque con la democracia se comía, se curaba y se educaba. Ya no más.

 

El Plan Primavera (su nombre ya indicaba una solución cortoplacista a un problema mucho más profundo) intentaba un atisbo de corrección de variables macro, sincerando levemente los precios devaluando de manera acorde, estilo crawling peg. La suba de tasas de interés en el exterior y la baja en los precios de los commodities convirtieron la primavera en un invierno. Hoy empieza a pasar lo mismo.

 

El plan quedó signado por la suba del tipo de cambio, la aceleración de la inflación (recuerden que en 2021 se tocó 3 veces el piso del mínimo no imponible de ganancias), desabastecimiento y feriados bancarios. No había que pedir turno en aquellos días.

Alfonsín deja el gobierno de manera anticipada con niveles de pobreza del 41%. En la actualidad es el 40,9%. Ninguno de los desencadenantes que impulsaron la crisis de Don Raúl se dieron aún. Su ministro de economía, Juan Carlos Pugliese,  nos habló con el corazón y le respondimos con el bolsillo. Un romántico incurable hasta con la democracia omnipotente. El cambio de moneda trajo el Plan Austral y el fracaso del Plan Primavera, que al inicio compraba un dólar pagando 80 centavos de la nueva moneda. Alfonsín renunció en 1989 y el dólar cotizaba a 10.000 australes. ¿A cuánto estamos de esto?
 

 

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