Cansados de estar cansados: el 32% de los argentinos no tiene energía para vivir después del trabajo

Un nuevo informe revela que casi un tercio de los trabajadores argentinos sufre un agotamiento extremo. ¿Qué implica esto para la salud mental, la productividad y la vida personal? Una radiografía urgente del costo humano del modelo laboral actual.

Por Verónica Dobronich

Especialista en inteligencia emocional, liderazgo y gestión del cambio

 

"Llego a casa y no puedo más. No tengo energía para ver a mis hijos, ni siquiera para pensar en qué quiero hacer. Me siento como un cuerpo sin alma".
— Mariana, 42 años, empleada bancaria.

 

El dato es contundente: según un informe del Observatorio de Tendencias Sociales y Empresariales de la Universidad Siglo 21, el 32% de los trabajadores en Argentina se siente tan agotado al final de su jornada que no puede realizar ninguna otra actividad. El cuerpo pide descanso, pero también habla de algo más profundo: una vida que se reduce a trabajar y sobrevivir.

 

No se trata solo de cansancio. Se trata de una fatiga física, mental y emocional que, sostenida en el tiempo, apaga el deseo, desconecta a las personas de su vida personal y erosiona su bienestar.

 

El trabajo que lo consume todo

Durante décadas se habló del “equilibrio vida-trabajo” como un objetivo deseable. Hoy, para una parte significativa de la población, suena casi utópico. Las fronteras entre lo laboral y lo personal se volvieron difusas, en parte por la hiperconectividad, en parte por culturas organizacionales que premian la disponibilidad total y castigan el descanso.

 

“Estamos frente a una nueva forma de pobreza: la pobreza de tiempo, de energía, de sentido. Una vida laboral que se devora el resto de la existencia”, explica la psicóloga y consultora organizacional Verónica Dobronich, especialista en salud emocional y bienestar en el trabajo.

 

El informe revela que este agotamiento impacta en múltiples dimensiones:

 

  • El 41% no tiene energía para realizar ejercicio físico.
  • El 33% evita actividades sociales por fatiga.
  • Muchos reportan síntomas como insomnio, irritabilidad y tristeza persistente.

Una pandemia silenciosa

La Organización Mundial de la Salud ya reconoció el síndrome de burnout como una enfermedad vinculada al estrés crónico en el trabajo. Sin embargo, los entornos laborales aún no se adaptan al nuevo paradigma: seguimos midiendo la productividad en horas, no en resultados. Seguimos naturalizando la extenuación como si fuera un mérito.

 

Y el problema no es exclusivo de Argentina. De hecho, es una tendencia global: estudios de Gallup, Deloitte y McKinsey muestran cifras similares en América Latina, Europa y Estados Unidos. La diferencia es que, en países con mayor desarrollo institucional, ya se discuten medidas para contrarrestarlo: semana laboral de 4 días, derecho a la desconexión, apoyo en salud mental y rediseño del trabajo.

 

“Si vos estás así, ¿Qué queda para los demás?”

Dobronich señala que el agotamiento extremo tiene una dimensión invisible: el juicio social. “Muchos trabajadores escuchan frases como ‘estás así porque querés’ o ‘ponéle ganas’, que solo profundizan el sentimiento de soledad y frustración”, explica.

 

En contextos donde pedir ayuda todavía es visto como debilidad, ir al psicólogo o al psiquiatra sigue siendo tabú, y eso pone en riesgo la vida de las personas. “Cuidamos lo que comemos, lo que tomamos, pero no cuidamos lo que pensamos ni con quién compartimos nuestras emociones”, concluye Dobronich.

 

¿Es posible otra forma de trabajar?

Sí, pero implica un cambio cultural profundo. Necesitamos organizaciones que valoren el descanso, líderes que no confundan compromiso con sobreexigencia y políticas públicas que regulen el equilibrio vida-trabajo como un derecho, no un beneficio.

 

Los países más avanzados en bienestar laboral ya no discuten si el agotamiento existe, sino cómo evitar que la salud mental se siga pagando con la tarjeta corporativa.

 

Porque no hay productividad posible sin bienestar.
Porque no hay desarrollo posible sin personas emocionalmente sanas.
Y porque trabajar no debería implicar dejar de vivir.

 

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