Cuando el saber no alcanza: las otras métricas del rendimiento
La gestión del rendimiento ya no puede pensarse sin esas cuatro métricas: lo cognitivo, lo emocional, lo espiritual y lo físico. Ahí se juega el rendimiento verdadero.
Por Carlos Sosa
Consultor especialista en Liderazgo. Contador. Mg. Adm. Empresas.
La falacia del coeficiente intelectual
Cuando hablamos de métricas, hablamos de las dimensiones que componen el rendimiento. Es decir, nos preguntamos cuál es el metro con el que se mide el desempeño o el bienestar de una persona. ¿Qué causas la llevan a dar su mejor versión? Venimos de un mundo educativo, empresarial y deportivo donde el peso del conocimiento, los procesos y las aptitudes era contundente. Diría que era un diálogo unilateral: a una persona se la consideraba apta o no, según lo que sabía. Punto.
Pero ¿Cuál es la falacia en esa mirada? Que muchas veces esas personas, tan calificadas desde lo cognitivo, no explotaban su potencial. Los líderes se quedaban con gusto a poco. “Esta persona da para más”, repetían. ¿Y por qué no daban más? Porque les faltaba algo más profundo: actitud, energía, vitalidad.
Y estos elementos, que se manifiestan en comportamientos visibles, están directamente relacionados con las emociones, los pensamientos y el estilo de vida. Ahí nos dimos cuenta: el conocimiento suma, pero lo actitudinal multiplica.
Esto implica que las causas del rendimiento se ampliaron, y sobre todo, se interrelacionan. Tienen un impacto sistémico.
Hoy, cuando queremos evaluar el rendimiento de una persona, no alcanza con mirar qué sabe. Hay que ver cómo está emocionalmente, qué pensamientos y creencias tiene, qué hábitos sostiene, cómo es su vida espiritual, si hace actividad física, cómo duerme, qué come, si descansa. Todo eso influye en su rendimiento. Pero, además, se retroalimenta. Porque si me alimento mal, duermo mal; si duermo mal, no rindo igual; si no rindo, me frustro; si me frustro, se cae mi confianza. Y así. Las variables del rendimiento se dividen 4 (cuatro) grandes dimensiones:
- Dimensión cognitiva (el saber).
- Dimensión emocional (el hacer).
- Dimensión espiritual (el ser).
- Dimensión física (el estilo de vida que integra ser, saber y hacer).
Estas dimensiones no son compartimentos estancos. Funcionan como vasos comunicantes. Cuando una se desequilibra, afecta a las otras.
Por ejemplo, si ceno tarde y mal, duermo mal. Si duermo mal, mi energía cae. Si mi energía cae, mi actitud también. Y aunque tenga un altísimo nivel de conocimientos, me va a costar transmitirlos con claridad y confianza. Con esto no quiero decir que el conocimiento no importe. Todo lo contrario. Lo que afirmo es que el conocimiento se ve potenciado (o limitado) por el estado emocional, físico y espiritual de la persona.
Mantener un equilibrio saludable en estas cuatro dimensiones es la base para potenciar el rendimiento y encontrar nuestra mejor versión. Cuando estas causas se fortalecen y se alinean con buenos resultados, el efecto multiplicador puede llevar a la persona a logros que ni siquiera imaginaba posibles. Tradicionalmente, muchas empresas invertían mal sus recursos. Ponían todo el foco en capacitar técnicamente a sus colaboradores, cuando el verdadero problema era emocional, actitudinal o de estilo de vida.
He visto organizaciones gastar cifras siderales capacitando gente que estaba desmotivada, sin energía, apagada, pesimista, con hábitos poco saludables. Es como querer encender una lámpara sin electricidad: no hay contenido que la prenda si no hay energía vital detrás. Querer sumar conocimientos a alguien que está emocionalmente desconectado es como esperar peras de un olmo.
A esto se suma una vieja creencia: que el rendimiento dependía exclusivamente del “don natural”, del coeficiente intelectual heredado. Se pensaba que quien no traía inteligencia de cuna no podía destacarse. En el deporte, eso se traducía así: unos corrían, otros pensaban el juego. Los primeros eran sacrificados. Los segundos, talentosos. Y el destino estaba sellado desde el inicio.
Hoy, tanto en empresas como en equipos deportivos de alto rendimiento, la mirada cambió. Se necesitan jugadores mixtos: todos deben saber y hacer. La jerarquía ya no se hereda: se entrena. Se construye con disciplina, con trabajo, con fuerza. La gestión del rendimiento ya no puede pensarse sin esas cuatro métricas: lo cognitivo, lo emocional, lo espiritual y lo físico. Ahí se juega el rendimiento verdadero. Ahí se juega la confianza. La energía. El estilo de vida.
Comprender esto es comprender todo.