El Antecedente del Bonte 2030: los que se quemaron con leche y a los BOTEs
Qué esperar de este nuevo instrumento de deuda y qué antecedentes tener en cuenta a la hora de tomar una decisión e invertir en ellos.
Por Sebastián Mel
Asesor financiero en "Economía en Digerido"
Hace pocos días, Tesoro Nacional adjudicó un nuevo instrumento de deuda: el Bonte 2030, con una tasa en pesos que ronda el 30% anual. Aunque la operación atrajo dólares frescos de inversores, muchos veteranos del mercado no pudieron evitar un déjà vu: los BOTE 2023 y 2026, emitidos durante el gobierno de Mauricio Macri, que resultaron en pérdidas descomunales para quienes confiaron en el modelo propuesto en aquel entonces.
Un poco de historia: los BOTE 2023 y 2026
En mayo de 2018, bajo la conducción del entonces ministro de Finanzas Luis Caputo, el gobierno colocó dos bonos del Tesoro en pesos a tasa fija, conocidos como BOTE 2023 y BOTE 2026. Prometían rendimientos del 21% y 19,9% anual en pesos, respectivamente. Fueron emitidos en un momento de creciente volatilidad y pérdida de confianza en la sostenibilidad fiscal, con un déficit primario que rondaba el 3,8% del PBI.
Lo que parecía un "carry trade" atractivo en su momento, terminó siendo una trampa para quienes creyeron que el tipo de cambio y la inflación estarían bajo control. A mediados de ese año, el peso sufrió una fuerte devaluación y el riesgo país se disparó. La historia es conocida: default selectivo, reestructuración y caída en el valor de esos bonos.
Hoy: Bonte 2030, ¿nuevo instrumento o viejo truco?
El Bonte 2030 aparece en un contexto similar en cuanto al mecanismo: el Gobierno necesita financiamiento, el mercado cambiario está contenido, y se ofrece una tasa muy tentadora para captar pesos a partir de la entrada de dólares financieros.
Esto implica que el financiamiento no es necesariamente para cubrir un agujero fiscal, sino para refinanciar vencimientos y fortalecer la curva de instrumentos en pesos.
Pero... ¿Qué puede salir mal?
La gran pregunta no es si rinde, sino si paga. Quienes se "quemaron con leche" en 2018 hoy miran con recelo cualquier activo similar. Y tienen argumentos válidos:
- Volatilidad política: las elecciones de 2025 y el contexto social añaden incertidumbre.
- Riesgo de reestructuración: si la macro no cierra, la historia puede repetirse.
- Inflación persistente: si el peso vuelve a perder poder adquisitivo rápidamente, los rendimientos reales pueden evaporarse.
- El riesgo de impago es significativamente menor, ya que con superávit, los pesos aparecen. Pero para que sea rentable a los inversores, el dólar al vencimiento (mayo 2030) tiene que cotizar debajo de $4300. Con inflación controlada y sin emisión, no es probable ese escenario, pero tampoco imposible, considerando que habrán pasado elecciones legislativas y presidenciales en el medio.
Moraleja: rendimientos altos ≠ inversión segura
La tentación de tasas en pesos superiores al 30% puede ser fuerte. Pero conviene recordar lo que pasó hace no tanto: los BOTE prometían mucho... y terminaron dando poco. Algunos inversores institucionales aún los tienen en sus carteras con pérdidas o reestructuraciones. Se llaman TO23 (ya amortizado) y TO26, con vencimiento el año que viene. Al vencimiento del TO23, los inversores extranjeros perdieron el 70% del capital invertido.
El Bonte 2030 no es "malo" en sí mismo. Pero no hay deuda sin riesgo. Para algunos puede ser una herramienta táctica; para otros, una trampa disfrazada. Los antecedentes están frescos y sirven para no repetir errores.
Como dice el refrán: "el que se quema con leche, ve un BOTE y llora." Al cierre de esta nota, el dólar se movió el equivalente a 2 meses de tasa, así que veremos cómo continúa esta estrategia.