La revolución silenciosa: cuidar lo humano en la era de la inteligencia artificial
La tecnología avanza, y eso no es ni bueno ni malo en sí mismo. El problema aparece cuando empezamos a silenciar lo que nos hace únicos.
Por Agustina Paz
Co-fundadora de NeXthumans
Hace unas semanas, estaba reunida con un grupo de empresarios hablando sobre inteligencia artificial. La charla era interesante: automatización, productividad, modelos generativos, dilemas éticos. En medio del debate, uno de ellos, padre de una chica de once años, levantó la mano y compartió algo que lo tenía inquieto.
“Mi hija me preguntó por qué debería seguir aprendiendo inglés si ya hay aplicaciones que traducen todo mejor que ella”. Silencio.
Nadie supo qué responderle con total seguridad, pero todos entendimos la incomodidad que esa pregunta traía. Porque cuando incluso los saberes más básicos empiezan a parecer prescindibles, algo más profundo está en juego.
Tal vez el riesgo no esté solo en lo que las máquinas están empezando a hacer, sino en lo que nosotros dejamos de ejercitar. Cada vez que una aplicación decide, predice o traduce por nosotros, nuestras propias neuronas apagan rutas. Y las sinapsis que no se usan, se debilitan.
No se trata de desidia. Nuestro cerebro, diseñado para ahorrar energía, tiende a automatizar lo que puede y a evitar el esfuerzo de lo incierto. Pero cuando eso se vuelve norma, dejamos de transitar ciertos caminos mentales. Y como todo sendero que no se recorre, se cubre de maleza. Lo que perdemos no es solo información: son conexiones. Y con ellas, la capacidad de combinar, imaginar, innovar.
Que no cunda el pánico
No se trata de resistir con romanticismo analógico lo inevitable. La tecnología avanza, y eso no es ni bueno ni malo en sí mismo. El problema aparece cuando empezamos a silenciar lo que nos hace únicos.
La buena noticia es que esas habilidades todavía están ahí. Solo que ahora, más que nunca, necesitamos cultivarlas de manera consciente. Porque si bien las máquinas aprenden cada día más, aún no pueden replicar cómo navegamos lo incierto, combinamos lo inesperado o creamos sentido en medio del caos.
Y entonces, si queremos seguir siendo relevantes, el camino no es competir con la IA, sino profundizar en lo humano.
Entre esas habilidades hay algunas joyas que vale la pena no perder.
Primero, la curiosidad no dirigida. Esa que no responde a un estímulo externo ni a una recompensa clara. Esa voz interna que nos impulsa a explorar por explorar. Las máquinas pueden sugerir, pero no se maravillan. No se hacen preguntas que no les hayan hecho primero.
También el sentido común: leer el clima emocional de una sala, saber cuándo no aplicar una regla, tomar decisiones que no cierran en un Excel, pero sí en la vida real.
El pensamiento crítico, por su parte, es clave. No como eslogan escéptico, sino como una práctica: preguntarnos por qué creemos lo que creemos, quién gana con lo que asumimos, qué perspectivas estamos dejando afuera. En un mundo de respuestas automáticas, hacer buenas preguntas es una ventaja.
Y luego está la exaptación. Un concepto de la biología evolutiva que describe cómo algo que surgió para un fin termina sirviendo para otro. Así, algunas plumas de dinosaurios que servían para regular temperatura terminaron permitiendo el vuelo. Gracias a eso, algunos sobrevivieron. Hoy los conocemos como pájaros.
Nosotros también podemos hacer eso. Reutilizar ideas, habilidades, herramientas o errores para fines inesperados. Las máquinas siguen patrones. Nosotros los rompemos con sentido.
También podemos tolerar la ambigüedad. Sostener un “no sé” sin necesidad de una respuesta. Vivir con paradojas, contradicciones, zonas grises. Las máquinas todavía luchan con eso. Nosotros, si no lo atrofiamos, podemos habitarlo.
Y finalmente, algo que no se programa: la construcción de confianza. No hablo del scoring, ni el seguimiento automatizado. Hablamos de la confianza que se teje con tiempo, con escucha, con vulnerabilidad. Ese tipo de vínculo, todavía, es exclusivamente humano.
El futuro no está escrito
Quizás la próxima vez que esa chica pregunte por qué debería seguir aprendiendo inglés, podamos decirle algo distinto. No para competir con las máquinas. No para cumplir con un programa. Sino para mantener vivas ciertas autopistas en nuestros cerebros. Para seguir conectando, imaginando, creando nuevas formas de entendernos.
Porque el futuro no está escrito. Y la inteligencia artificial, por más poderosa que sea, no lo va a escribir sola.
Ese futuro se diseña, se discute, se sueña. Y, sobre todo, se co-crea.
No necesitamos humanos que piensen como máquinas. Necesitamos máquinas que expandan lo mejor de lo humano. Y personas que no olviden que, incluso en medio de algoritmos y automatizaciones, seguimos siendo nosotros quienes decidimos qué historia queremos contar.