¿Cómo competimos contra el boom de importaciones?
Lo difícil —y lo verdaderamente necesario— es pensar cómo seguimos generando valor en un mercado donde parece que “traer de afuera” es más tentador que construir desde adentro.
Por Diego Núñez
Emprendedor, franquiciado y formador de equipos
Mientras el dólar se acomoda, las góndolas se llenan de productos chinos y las marcas argentinas tiemblan. En medio de este escenario, aparece una pregunta incómoda para quienes decidimos emprender en nuestro país: ¿cómo competimos contra el boom de importaciones?
Lo fácil sería quejarse. Lo difícil —y lo verdaderamente necesario— es pensar cómo seguimos generando valor en un mercado donde parece que “traer de afuera” es más tentador que construir desde adentro.
Porque sí, los productos importados pueden ser más baratos, más rápidos, incluso más conocidos. Pero también son más genéricos. Lo importado no conoce a tu cliente por su nombre. No entiende el barrio donde vive. No sabe lo que significa atender una urgencia un sábado a la tarde, ni lo que representa tener un cliente que vuelve porque confía. Y, sobre todo, lo importado no tiene propósito.
Hay algo que no se trae en un contenedor: el vínculo. La cultura de equipo. El servicio personalizado. El esfuerzo invisible que hay detrás de cada pyme, cada local, cada negocio que elige abrir sus puertas todos los días en la Argentina. Eso no se importa. Se construye. Y es lo que nos diferencia.
En lugar de resignarnos a pelear por precio, tenemos la oportunidad de liderar por valor. De ofrecer algo que ningún producto asiático, europeo o americano puede replicar: cercanía, compromiso y humanidad. No somos solo vendedores. Somos parte del tejido social. Generamos empleo, formamos personas, respondemos con nombre y apellido. Vivimos la misma realidad que nuestros clientes, y por eso la entendemos mejor que nadie.
Yo elijo creer que lo que realmente hace fuerte a un negocio no es lo que vende, sino para quién lo hace y por qué. Porque cuando trabajás con propósito, el precio deja de ser lo único que importa.
Nos pueden abrir las fronteras comerciales, sí. Pero todavía hay algo que sigue cerrando fuerte: la puerta de cada pyme, cada taller, cada oficina donde hay un argentino que no se rinde. Ese que, contra todo pronóstico, sigue apostando a construir en vez de importar.
Hoy más que nunca, no alcanza con sobrevivir. Tenemos que atrevernos a transformar. A hacer lo que nadie puede traernos de afuera: crear algo auténtico, valioso y profundamente nuestro.
Y eso, créanme, no se importa. Se construye.