¿Humanos 2.0? La inteligencia emocional será nuestro verdadero upgrade
¿De qué sirve construir la tecnología más sofisticada si no somos capaces de manejar nuestra ira en el tránsito o escuchar a quien piensa distinto?
Por Eugenia Cossini
Especialista en innovación educativa
Podemos programar máquinas para escribir poemas o diagnosticar enfermedades, pero no para enseñarnos a manejar la frustración o cultivar la empatía. En tiempos de inteligencia artificial (IA), la verdadera evolución no es tecnológica: es emocional.
Celebramos la velocidad, la personalización y la comodidad. Pero en este entusiasmo muchas veces pasamos por alto una pregunta incómoda: mientras las máquinas aprenden más cada día, ¿qué estamos olvidando nosotros?
Estamos desaprendiendo a tolerar la frustración. Acostumbrados a la gratificación inmediata —respuestas instantáneas, entregas en 24 horas, entretenimiento sin fin— reaccionamos con enojo o ansiedad ante la más mínima demora o error.
No es solo una impresión: la neurociencia lo respalda. Estudios de la Universidad de Stanford muestran que la corteza prefrontal, responsable de regular impulsos y tomar decisiones reflexivas, se desarrolla más plenamente en contextos donde la gratificación se retrasa. Cuando todo es fácil y rápido, debilitamos la parte del cerebro que nos hace adultos responsables.
Y no se trata solo de paciencia. Nuestra empatía también está en riesgo. La IA nos ofrece feeds personalizados, reforzando lo que ya creemos. Vivimos en burbujas donde rara vez encontramos ideas que nos desafíen. El resultado: menos diálogo, menos escucha, menos capacidad de ponernos en el lugar del otro.
Lo paradójico es que nos inquieta si la IA tendrá “valores” o “conciencia” mientras descuidamos los nuestros. ¿De qué sirve construir la tecnología más sofisticada si no somos capaces de manejar nuestra ira en el tránsito o escuchar a quien piensa distinto?
La educación emocional, tantas veces reducida a un tema escolar o considerado “blando”, es hoy una cuestión cultural urgente. No se trata de ser “buenos”, sino de ser funcionales en un mundo complejo, diverso y cada vez más mediado por algoritmos.
Algunos consejos simples pero esenciales:
- Permitir el aburrimiento: el cerebro necesita espacios vacíos para crear.
- Poner nombre a las emociones: decir “estoy enojado” ayuda a regular más que explotar.
- Practicar la pausa antes de reaccionar: contar hasta diez no es un cliché, es neurociencia aplicada.
- Escuchar sin planear la respuesta: la empatía empieza en el silencio.
- Reconocer que no siempre se puede tener todo ya: la demora también educa.
En el apuro por actualizar el software del mundo, no podemos olvidar actualizar lo más importante: nuestra humanidad. La IA puede ser una herramienta extraordinaria, pero nunca un reemplazo para nuestra capacidad de sentir, conectar y cuidar.
Porque al final del día, el mayor upgrade de la especie no será tecnológico, sino profundamente humano.