Una frase, muchas lecturas: por qué la polémica con María Julia Oliván dice más de nosotros que de ella

Cuando Oliván dijo en una entrevista: “Hay una generación de cristal a la que se le muere el gato y deja de trabajar", la repercusión fue inmediata. Pero quizás la discusión no debería centrarse únicamente en una frase desafortunada, sino en lo que esa frase representa: el choque generacional y los cambios profundos que atraviesan al mundo del trabajo.

Por Horacio Llovet

CEO y Fundador Nawaiam, Conferencista internacional

 

Para muchos, el nombre de María Julia Oliván remite inevitablemente a la televisión: una periodista de fuerte carácter, con presencia mediática y opiniones que no pasan inadvertidas. Algunos la recuerdan por su participación en Intratables, otros por su paso por 6,7,8, y hay quienes solo la conocen por alguna frase que circula en redes sociales.

Pero detrás de ese personaje público hay una historia más profunda. Una historia que, quizás, ayude a comprender mejor por qué una sola frase puede generar tanto ruido.

Oliván es también madre. Su hijo, Antonio, fue diagnosticado con Trastorno del Espectro Autista cuando tenía apenas un año y medio. Ese diagnóstico cambió por completo el rumbo de su vida. Pausó su carrera profesional, reordenó sus prioridades y se volcó por completo al acompañamiento de su hijo.

Desde ese lugar íntimo y transformador creó Chat de Mamis, un podcast que rápidamente se convirtió en un espacio de contención, entrevistas, reflexión y visibilidad sobre la maternidad y el autismo. El proyecto fue reconocido por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y hoy sigue acompañando a muchas familias en situaciones similares.

Por eso, cuando meses atrás Oliván dijo en una entrevista: “Hay una generación de cristal a la que se le muere el gato y deja de trabajar", la repercusión fue inmediata. La frase se viralizó, provocó críticas, burlas y cancelaciones.

Y esta semana volvió a circular. Alguien la rescató del archivo, la compartió en redes y el debate se encendió otra vez. Pero quizás la discusión no debería centrarse únicamente en una frase desafortunada, sino en lo que esa frase representa: el choque generacional y los cambios profundos que atraviesan al mundo del trabajo.
 

 

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de generaciones?


No todos tienen claro a qué generación pertenecen ni qué valores definen a cada una. Vale repasarlo:

Baby Boomers (1946-1964): la cultura del esfuerzo, el trabajo estable, el ideal de una empresa para toda la vida.

Generación X (1965-1980): crecieron en la transición tecnológica; aprendieron a resistir y “aguantar” como mandato.

Millennials (1981-1996): formados con la idea de que podían ser lo que quisieran, pero enfrentados a un mundo laboral incierto. Buscan propósito, bienestar y flexibilidad.

Generación Z (1997-2012): nacieron con internet en la mano. Priorizan la salud mental, la diversidad, la autenticidad y la libertad.

El término “generación de cristal” fue popularizado en 2015 por la filósofa Montserrat Nebrera, con una connotación crítica hacia la supuesta “fragilidad emocional” de los jóvenes. Pero… ¿y si en realidad no se trata de fragilidad, sino de conciencia emocional?
 

 

La crianza también educa generaciones


Muchos adultos de la generación X criaron a sus hijos con la intención de evitarles las frustraciones que ellos mismos vivieron. Se buscó protegerlos, darles herramientas, facilitarles el camino. No fue negligencia. Fue amor. Pero también fue, quizás, un exceso de protección.

 

Y eso moldeó a una generación más sensible, más emocionalmente conectada. ¿Es debilidad? ¿O es un nuevo tipo de fortaleza?

El mundo laboral cambió, pero algunos todavía no lo vieron. Mientras frases como la de Oliván encienden debates, las estadísticas son contundentes:

 

  • El 84% de las personas no está conforme con su trabajo.

 

  • El 77% renuncia por su jefe, no por la empresa.


Y sin embargo, aún se escuchan comentarios como: “Estos chicos no quieren laburar”, “Les pasa algo y ya no vienen”, “No tienen aguante”.

Lo dicen empresarios, líderes, incluso compañeros de trabajo. Lo dicen en voz baja, en reuniones o en sobremesas. La diferencia es que cuando lo dice una periodista, y lo dice en público, duele más. Porque verbaliza un pensamiento que muchos comparten pero pocos se animan a expresar con micrófono abierto.

Entonces, la pregunta ya no es si María Julia se equivocó con su frase. La verdadera pregunta es: ¿Qué sistema laboral estamos sosteniendo y a quiénes deja afuera?

No se trata de cancelar, se trata de evolucionar.  Oliván, como cualquier persona, puede cometer errores. Pero su historia también muestra resiliencia, compromiso y transformación. Y eso no se borra con una frase.

 

Así como tampoco se puede seguir ignorando que el mundo del trabajo necesita cambios urgentes y estructurales.
Los liderazgos necesitan repensarse. Las empresas deben humanizarse. Las generaciones tienen que encontrarse, no enfrentarse. Porque el futuro no es de cristal.

 

El futuro será de quienes logren entender que cada época tiene su lenguaje, su manera de luchar y su forma de trabajar.
 

 

Opinamos más de lo que entendemos


Vivimos en la cultura del “scroll”: pasamos de una frase a una opinión, de una foto a un juicio. Opinamos, cancelamos, aplaudimos… pero pocas veces contextualizamos. Pocas veces nos detenemos a pensar en el por qué y el para qué.

Por eso también es urgente desarrollar herramientas que nos ayuden a comprender mejor a las personas, con más datos, más profundidad y menos etiquetas.

Porque las personas no se definen por una frase. Ni una generación por una etiqueta. Y mucho menos, una sociedad por un tuit viral.

Si realmente queremos construir algo mejor, necesitamos bajar la velocidad, escuchar más y aceptar que la evolución es incómoda, pero indispensable.

Porque nadie está exento del desafío de cambiar. Ni María Julia. Ni nosotros.

 

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