Crecimiento económico y cultura política | Dolarhoy.com

Crecimiento económico y cultura política

La construcción de identidad política en Argentina, y la tradición política que de ella se deriva, tienen un impacto sustancial en el presente y en el devenir económico del país.

Por Mauro Morelli

Responsable de Fondos Comunes de Inversión de Bull Market Brokers

 

¿Por qué los países crecen, y Argentina no? Sabemos, en principio gracias al Premio Nobel de Economía Robert Solow y su modelo de crecimiento exógeno, que el progreso tecnológico es el factor fundamental que explica el crecimiento. Sabemos, además, que el ahorro es acumulación de capital, y que esto es a la vez inversión. Y que la inversión es, presumiblemente, un elemento esencial en la formación de nuevas tecnologías o métodos que mejoran la productividad del capital y el trabajo, es decir de los factores de producción. Luego, otros laureados economistas como Romer o Lucas, profundizaron y mejoraron las teorías de crecimiento al explicar el progreso técnico de forma endógena, haciendo hincapié en las externalidades, en la innovación y el capital humano. Entonces, reformulando la pregunta: ¿Por qué Argentina no puede tener políticas de ahorro, de acumulación de capital, de inversión en capital humano que propicien la innovación y la mejora en la productividad, y finalmente, garanticen un crecimiento económico sostenido en el largo plazo? Algunos pueden suponer que son problemas de índole institucional. Pero los problemas institucionales se derivan, indefectiblemente, de raíces culturales. Específicamente, de la cultura política.

 

Argentina tuvo a lo largo de su historia diferentes instancias de tradición y cultura política. No siendo la primera, pero quizá con significatividad suficiente para comenzar con ella, la generación del 1880 marcó un sustancial encuadre teórico e intelectual que le dio un generoso contenido y normas de funcionamiento a la Argentina, que renacía de las ruinas de guerras civiles y caudillajes. Una Argentina que se dirimía entre la civilización y la barbarie, y que se asentaba en un modelo agroexportador y de libre comercio. Es precisamente esa cultura política la que permitió ordenar el proyecto de país desde el caos, y edificar una Nación cuyo potencial económico fue ciertamente notable. Es, precisamente, esta cultura política la que modeló una idea de Argentina, cosa que también sucedió en otros países -hoy potencias en el mundo Occidental-.

 

Avanzando más en los sucesos posteriores, en Argentina hay un punto de inflexión trascendental, y se constituye otra tradición política que tiene el mismo impacto cultural que la anterior, el peronismo. Para algunos una doctrina nacionalista y socialcristiana, para otros una facción de tendencia movimentista, de rasgos autoritarios, anti-republicana y con el elemento unificador de un líder carismático. Al margen de las definiciones, en las últimas décadas muchos interpretan al peronismo como un movimiento político maleable, híper pragmático y que trafica con tino identidades por poder, lo que le permite adecuarse a coyunturas geopolíticas con mucha soltura. Para algunos es un sentimiento, arraigado en lo popular, que actualmente solo sirve como empalme con ciertos sectores sociales que aún tienen la superstición, por haberlo vivido o por alguna tradición oral, de aparentes tiempos pasados mejores. De esta manera, el peronismo construye una cultura política que, a pesar (y quizás por eso mismo) de todas sus contradicciones y sus ascendientes en otros movimientos políticos, influye desde hace más de medio siglo en el devenir económico de Argentina. Sería cómodo calificarlo de populismo, pero parecería ser algo incluso más complejo. Esta cultura política del peronismo es evidentemente responsable de los resultados económicos de las últimas décadas. Sea con políticas de industrialización por sustitución de importaciones, aferradas a la victimización de considerarse periferia por culpa de un ilusorio capitalismo central, o bien con políticas de liberalizaciones bajo esquemas sostenidos por alguna idea cercana a un mercado relativamente libre de injerencia gubernamental como ocurrió bajo la administración Menem. Fue y es, otra vez, cultura política y luego resultado económico.

 

Esto, quizás, nos debería llevar a pensar qué tipo de cultura y tradición sobreviven en la Argentina de hoy, en tanto que de ello depende el tipo de economía y sociedad que actualmente se está construyendo. Sería fácil argüir que existen dos países en uno, uno de los cuales reclama la tradición ligada a los cimientos de la república, el mérito y el Estado de Derecho; y otro que interpela a la sociedad con demandas de equidad y servicios básicos insatisfechamente proporcionados. Sería fácil suponer, también, que un programa económico consistente e integral podría resolver, a su vez, las raíces perturbadas de una sociedad que demanda mucho más que eso.

 

La política, entonces, no podría ser entendida desde un mero utilitarismo ni tampoco desde la tentación de la idea de refundación nacional. Si el resultado de una ecuación depende de sus variables, el crecimiento económico y el bienestar son, por tanto, los resultados -entre otras cosas- de una cultura política con principios que sean permeables al contexto y a la vez que sean lo suficientemente consensuadas para que lo institucional trascienda. Una cultura política, en conclusión, en la que la sociedad deje de ser súbdito del Estado, y pase a ser participante activo de la cosa pública. Una sociedad que, además, esté dispuesta a sacrificar el presente para un futuro más próspero.

 

En definitiva, en eso consiste el ahorro: posponer un consumo que nos genera un bienestar en el presente. Un ahorro que, con ciertos plazos y buenas gestiones, puede ser transformado en progreso, en innovación y en mejora del capital humano. El elemento para crecer.